Mientras el mundo se confinaba muchas personas se reinventaban, ya sea para salir de la rutina, evitar la monotonía o simplemente para invertir el tiempo creando algo nuevo o perfeccionando alguna habilidad. Nancy Moreno supo hacerlo a su manera, con teja en mano e implementos reciclados creó su propia marca y formó en su casa el taller de Macaruchi.

«De cierta forma, la pandemia me traía con un temor o incertidumbre a lo desconocido, porque era un momento triste para nosotros. Pero a mí los colores siempre me han gustado, la vida siempre la he visto de colores; entonces fue una manera de catarsis. Como no podíamos salir, tenía que ver cómo me desahogaba para no deprimirme, entonces comencé a pintar», relata.

Si bien nunca recibió una formación profesional para aprender sobre las técnicas y los materiales, la pintura siempre fue parte de su vida y recurría a ella sobre todo en momentos difíciles. «Siempre que he tenido momentos tristes en la vida, mi escape ha sido pintar. Yo soy sobreviviente de cáncer.

Me sometí a un tratamiento de quimioterapia cuando tenía 20 años, hice una pausa en los estudios. Mi vida se paralizó por estar en el tratamiento, y allí fue cuando descubrí la pintura. Una prima vino y me enseñó a pintar en tela. Yo me enamoré de ver las transformaciones, de ver el producto final».

La Macaruchi

Una muñequita de ojos grandes, rostro refinado y labios pequeños es la que identifica las creaciones de Nancy Moreno. Al preguntarle el porqué de esa figura femenina, en especial sobre el nombre tan curioso o extraño que posee, explica que todo es parte de su vida.

«La muñequita Macaruchi soy yo. La formé porque es una muñequita dulce. Al dibujarla me la imaginé con ojos grandes, llena de colores y detalles. Se llama así porque es el nombre con el que me han conocido en la universidad. Me decían Macaruchi por unas caricaturas de aquel entonces, de los años noventa».

La razón de utilizar una teja de barro como la base para elaborar sus piezas, sobre todo porque las tejas han sido sustituidas por materiales sintéticos o lámina y son muy difíciles de conseguir, señala que esto es justamente parte de su propuesta: volver a nuestras raíces.

«Lo hice en tejas porque es algo artesanal y muy propio. Viene siendo como una casa porque representa el tejado. Es un pedacito de casa de cada uno», comparte. En cuanto a los materiales que utiliza para la elaboración de las Macaruchi, Nancy enumera varios elementos, tratando de ser amigable con el medioambiente, ya que busca la manera de reciclar y reutilizar.

«La masa es una mezcla especial que yo hago con arcilla, porcelana fría, goma […]. Hacer cada muñequita para mí es un juego. Además, lleva mucho material reciclado; utilizo las latas de sodas, los tapones, las servilletas, el papel periódico, según la imaginación me dé», dice.

Nancy comenta que desde que elaboró su primera teja le han hecho pedidos de diferentes países, entre ellos de Dubái. Por esto se siente orgullosa del producto al que considera un arte, además de que es salvadoreño y de que ha logrado traspasar las fronteras.

«Cada una es personalizada como la deseen, pero siguiendo la misma línea que se tiene. Son tres días por el proceso que lleva, ya sea casita o una Macaruchi, por eso no es una manualidad ni una artesanía, para mí es una pieza de arte», sostiene.

La primera teja

Aunque en la actualidad es conocida por la elaboración de la muñeca Macaruchi, su primer trabajo fue la fachada de una casa típica de pueblo. Ahora las personaliza con los detalles de sus próximos dueños, por ejemplo, el nombre de la familia.

«Con mi primera teja quise representar una casita de pueblo. Una fachada colonial y autóctona de los pueblos vivos. Le puse tejitas, saquitos, ruedas de carreta. Ya después, dibujé a la virgen de Guadalupe, esa se convirtió en la primera Macaruchi que agarró vida cuando le dibujé los ojos y la carita. Allí me enamoré de ella y comencé a hacer más», recuerda.

Actualmente, su trabajo ya no es solo con tejas como base, sino que realiza trabajos en troncos, piezas de madera y tazas. Estas últimas, además de ser decoradas, sirven como macetas para algunas de las especies de suculentas. Este emprendimiento piensa convertirlo en todo un negocio, y cuando se jubile se dedicará cien por ciento a él.

«Quiero que el taller tenga tanta demanda que me permita generar trabajo. Espero lograrlo de acá a diciembre», indicó.